César Acuña volvió a hacer lo que mejor sabe, mentir y volver a prometer. El exgobernador regional de La Libertad, hoy precandidato presidencial por Alianza Para el Progreso (APP), quien renunció a su gestión para intentar, una vez más, llegar a Palacio de Gobierno sigue tratando de engañar a la gente.
En sus redes sociales, Acuña presumió haber dejado “más de 350 obras” en Trujillo, acompañando su mensaje con fotos y frases de autoelogio. Pero lo que recibió fue una avalancha de comentarios que lo devolvieron a la realidad: una ciudad destruida, llena de basura y tomada por la delincuencia.
“¿Habrá alguien que le crea?”, le escribió un usuario. “De dos años de gestión, 350 días estuviste de vacaciones”, ironizó otro.
Y es que mientras Acuña habla de progreso, Trujillo arde en inseguridad. Explosiones nocturnas, extorsiones y asesinatos se han vuelto parte del día a día y la ciudad que alguna vez gobernó está hoy abandonada, sin dirección.
Durante su mandato, las bombas molotov, los ataques a viviendas y los atentados contra el Ministerio Público marcaron la vida de los trujillanos. Pero cuando se le pidió asumir responsabilidad, Acuña se excusó: “no es mi competencia”.
Ahora, con la misma indiferencia, busca el voto de los peruanos prometiendo “orden y progreso”. Pero lo cierto es que César Acuña no solo abandonó Trujillo; también abandonó su palabra. Y lo más grave es que pretende hacerlo otra vez, con una plancha repleta de congresistas y exministros que el país hoy rechaza.
El descaro político ha llegado a su límite. El cambio de ciclo que el Perú necesita significa cerrar la puerta a los mismos corruptos de siempre, a los que usan el poder como trampolín electoral y las mentiras como programa de gobierno.
Trujillo no olvida. Y el Perú tampoco debería hacerlo.