Mientras miles de niños en el Perú dependen de un plato de comida para poder aprender, crecer y simplemente no pasar hambre, una organización criminal operaba desde dentro del Estado para lucrar con los alimentos escolares.
Ese negocio sucio tiene nombre: Los Fríos del Hambre. Y ese escándalo tiene apellido: Acuña.
Durante un megaoperativo anticorrupción, la Policía allanó 16 inmuebles en Lima, Áncash y La Libertad. Entre ellos, la vivienda de Óscar Acuña Peralta, hermano del hoy candidato presidencial César Acuña.
El Poder Judicial dictaminó la detención preliminar para Óscar Acuña, pero la diligencia no se completó. ¿Por qué? Porque Óscar Acuña no aparece. Simple y claro: se esfumó.
Entre 2021 y 2024, años donde operó la red criminal, César Acuña era gobernador regional de La Libertad. Es decir, mientras Óscar movía favores, influencias, contratos y manipulaba procesos sanitarios para beneficiar a proveedores sancionados, el hermano mayor ocupaba uno de los cargos más importantes de la región.
La gran pregunta cae sola, ¿cómo es posible que un negocio como este haya prosperado sin que el gobernador regional lo supiera? ¿O, peor aún, lo sabía y miró para otro lado?
Qali Warma nació para alimentar niños, no para enriquecer mafias. Todo eso ocurrió en regiones donde Acuña gobernaba. Y ahora, mientras las autoridades buscan a Óscar Acuña y los demás implicados, César Acuña se pasea por el país prometiendo “progreso” y “renovación” rumbo al 2026.
Hay familias que aportan al Perú. La familia Acuña parece especializada en aprovecharse del Perú. Mientras Óscar Acuña se beneficiaba de Qali Warma, César Acuña abandonaba La Libertad para perseguir su candidatura presidencial, dejando una región hundida en delincuencia, abandono y caos.
¿Y ahora el país entero debería confiar en alguien cuya familia está vinculada a una red que robaba alimentos para niños? Si hoy un Acuña hacía negocios con bolsas de comida, mañana, ¿qué haría con el presupuesto nacional?
Los Acuña representan exactamente lo que el Perú debe dejar atrás. La política familiar, el reparto de poder entre hermanos, la corrupción regional disfrazada de “progreso”.
Si un hermano roba y desaparece, y el otro quiere ser presidente, estamos ante la prueba más clara de que el Perú ya no puede darse el lujo de repetir los mismos errores.
El 2026 no se elige solo un presidente, se decide si seguimos siendo un país donde la comida de los niños puede terminar en manos de mafias familiares o si, por fin, cambiamos de ciclo por autoridades honestas.